Por: Johanna Marcela Rozo Enciso.
mujerdeniebla29@yahoo.es
www.lenguajedemujer.blogspot.com
La revista literaria Puesto de Combate una de las publicaciones más importantes de la literatura nacional llega este año al número 79 y con el anuncia su cierre definitivo en la edición número 80. Esta noticia nos toma por sorpresa a los lectores y por ello agradecemos que su director Milcíades Arévalo, aceptara esta entrevista.
J.R. Milcíades Arévalo, bienvenido. Hablemos primero de la edición 79, de los autores y los temas que se publicaron.
MA. Siempre he sido muy agradecido con los autores porque cada vez que los convoco me sorprenden con sus poemas, ensayos, entrevista y cuentos. Siempre hay alguien en alguna parte del país que está pendiente de la publicación y me envía algún material. Son tantos que no hay manera de publicarlos a todos. Esta revista se inició como respuesta a El Espectador, donde todos los domingos, en la sección de Cartas de los Lectores del Magazín Dominical, la respuesta del señor GOG a sus colaboradores espontáneos era: “Su texto fue a parar al cesto”. Muchos textos míos fueron a parar al cesto, pero yo me desquité años dando a conocer a muchos autores que por primera vez se atrevieron a enviar sus textos literarios al Espectador. No me equivoqué porque muchos de ellos resultaron buenos escritores y poetas, se ganaron varios premios, y si hoy me ven aseguran no conocerme.
J.R. Casi nunca se mencionan en las ediciones literarias a los ilustradores, como se escogen estás ilustraciones para la revista Puesto de Combate.
MA. Nunca pensé que me fueran a preguntar eso. La verdad es que hay una cantidad de gente que está dispuesta a dar a conocer su trabajo en las páginas de una revista. Yo los apoyo publicando dando a conocer sus propuestas. Por otra parte, yo cuento con material suficiente para ilustrar la revista con fotos de mi propiedad y de otros autores. Me gustaría que cada cuento o cada poema fuera ilustrado por alguien que lea los textos y después los interprete gráficamente. . Como no se ha podido hacer de ese modo, consigo independientemente las ilustraciones de acuerdo a los textos.
J.R. A lo largo de todos estos años ha conocido muchos escritores y poetas me gustaría que nos contará algunas anécdotas de esos encuentros.
MA. Tengo cientos de anécdotas, como no. Con Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo, Eduardo Mendoza Varela, José Manuel Arango, Orietta Lozano, Miguel Méndez Camacho, Isaías Peña Gutiérrez, Ernesto Cardenal, Roberto Fernández Retamar, María Mercedes Carranza, Javier Arango Ferrer, Germán Vargas, etc. Por ejemplo, a Gonzalo Arango lo conocí en Santa Marta y me habló del Infierno de la Belleza, me regaló su libro Sexo y Saxofón y que además me leyera a Rimbaud, especialmente Una temporada en el infierno. Cuando yo regresé a Bogotá, vendí un litro de sangre para poder comprarlo, y eso que apenas costaba $16.50. Después de leer ese libro supe que lo que yo hacía no eran cuentos como todo el mundo hace sino poemas. Jaime Jaramillo me dijo que no escribiera, que ese era un trabajo para gente sin oficio, que lo más importante era el dinero, pero él vivía desnudo. De Eduardo Mendoza diré que yo vivía a una ventana de su casa. A través de la ventanita de ese apartamento su señora me pedía cuentos míos para publicarlos en El Tiempo; con el paso de los años terminé siendo Director Editorial de la revista “Mosaico II”, del Instituto de Cultura Hispánica. De Orietta Lozano me acuerdo que con un solo poema supe que ella sería una poeta erótica para toda la vida. El poema sencillamente decía: “Como en vez de hombres sólo había máquinas, me compré un gran espejo para hacerme el amor”. De María Mercedes diré que siempre que me veía me decía “¡Poeta, poeta!”, y yo sin saber por qué porque yo lo único que he sido en la vida es vendedor de espantapájaros. De Germán Vargas supe por qué apareció en Cien años de soledad. Estas anécdotas son bien interesantes si las cuento con pelos y señales, de lo contrario solo parecen chismes.
Milciades Arealo y Juan José Arango.
J.R. ¿Qué tan difícil es crear y mantener una publicación literaria?
MA. Lo difícil es vivir. Para mí nunca ha sido nada difícil. Tengo todo lo indispensable: fotos, ilustraciones, escritores dispuestos a dar una entrevista, participar con sus creaciones en cada entrega, permanentemente recorro el país conociendo a nuevos escritores y poetas, he vivido una vida intensa en la que he sido marinero, vendedor de libros, corrector de estilo, editor, fotógrafo, coleccionista de libros antiguos y revistas, etc. Cuando yo dia a luz Puesto de Combate, lo hice pensando que entenderían el mensaje: Puesto es un lugar, el lugar que nos correspondió en el mundo y Combate, el combate para un escritor es con las palabras. Por lo demás, en la década del 60 y 70, todas las revistas, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, tenían nombres contestatarios. Hoy en día y de acuerdo a las transformaciones y connotaciones del lenguaje, pienso que debo cambiar de nombre. Un nombre más bonito, un nombre que lo signifique todo y a la vez sea tan bello como una mujer desnuda.
Mantener viva una revista en el país de los poetas, es un honor que cuesta. Hay que tener constancia y conocimiento de la literatura, y además plata y gente que crea en que lo que uno está haciendo vale la pena. Yo nunca he tenido ni un peso en el bolsillo ni un amigo rico, ni agencias de publicidad ni entidades de cultura que me apoyen, pero he sido capaz de creer durante cuatro décadas en el producto que se llama Puesto de Combate y que ha servido nacionalmente para impulsar la literatura colombiana.
J.R. ¿Qué satisfacciones le ha dejado esta publicación?
MA. Muchísimas. He conocido a fondo la literatura colombiana, a sus creadores, sus libros, he recorrido el país como Escritor Invitado de algunos talleres de literatura. También me han ninguneado como a ninguno y envidiado con ganas y también golpeado y vilipendiado, porque en este gremio no solo hay escritores intocables sino también boxeadores y esgrimistas.
J.R. ¿Qué lo hizo pensar en poner fin a la publicación Puesto de Combate en la edición No. 80? ¿Después del cierre de Puesto de Combate qué proyectos vienen?
MA. Puesto de Combate no se acaba ni se acabará nunca; soy yo el que se está acabando. Mira que tengo varios libros inéditos. Los tengo ahí en una memoria y sigo escribiendo cada noche más y más. Como te puedes dar cuenta, en vez de publicar una revista es mejor que publique mis libros; ya es hora. Eso es lo que voy a tratar de hacer de ahora en adelante, publicar mis libros. Sé que son bonitos, extraños, raros y bien escritos.
J.R. Nunca se pensó en una edición digital de Puesto de Combate.
MA. De no hacer Puesto de Combate en forma física, cabe la posibilidad de hacer que siga saliendo en forma digital.
J.R. ¿Sé que tiene varios libros inéditos cuál de ellos quisiera publicar este año?
MA. Me gustaría poder publicar EL VENDEDOR DE ESPANTAPAJAROS, un libro de cuentos juveniles que antes se llamaba INVENTARIO DE INVIERNO y que fue pirateado por una editorial 4 veces. Es un libro que gusta mucho en los colegios. También me gustaría publicar la Tercera Edición de EL OFICIO DE LA ADORACION, que para mí es el mejor libro de relatos urbanos sobre el Barrio Santa Fe en el año de 1957. En ese libro hablo de Bogotá, que soñaba por entonces ser una gran urbe estilo París y no la que hoy tenemos. Otro libro sería entonces CÁLIDA CARNE, un libro de cuentos eróticos, en el mejor sentido.
Tengo otros libros inéditos de cuentos, una novela, el guión de una película, una obra de teatro, varios ensayos, una coleccción de entrevistas, un libro de poemas y un archivo fotográfico extenso, en fin… Tengo tantas cosas escritas y “la edad se me vino encima” que ya no me preocupa si logro o no publicarlas.
J.R. ¿Cuál cuento le gustaría que leyéramos en esta entrevista?
MA. La Muchacha de la Ventana o Mala Suerte o Inventario de Invierno o El Caballo del Viento y la muchacha desnuda o… Cualquiera de los cuentos míos es chévere. Os lo aseguro.
Bogotá, enero 26 de 2014
LA MUCHACHA DE LA VENTANA
He sido y seré siempre feliz.
Siempre no quiere decir mientras viva, sino eternamente.
Jaime Jaramillo Escobar.
Era lo más parecido a una flor enjaulada.
Yo siempre la vi así, mas nunca me atreví a decirle palabras bonitas ni nada por el estilo, no porque le tuviera miedo a su belleza sino a su marido, el campeón nacional de lucha libre. A mí también me gustaba la lucha, pero no tanto como para irme detrás de “Pecho-de-lámina” a pedirle un autógrafo. Eso era de mal gusto para mí. Yo prefería hacer cosas que no me exigieran mayor esfuerzo.
Mariám vivía en la calle 22 A, en el segundo piso del Edificio Monserrate. Todos los días yo pasaba por allí a comprarle la comida a mi perrita Crispeta, sólo por verla. Cuando iba para el colegio la veía en la ventana pintándose las uñas. Desde el comedor de La Casa también la veía. Es que ella era una tentación para mí. ¡Seguro! Desde cualquier parte del mundo que la viera ella era linda. Así la vi la primera vez y así la seguí viendo durante el tiempo que duró el verano.
Un domingo que yo bajaba para La Casa, sucedió lo inesperado. Ella estaba en la ventana de su apartamento gastando las horas de ese domingo de estío, mirando sin ver la calle desolada.
--¡Adiós, lindo! –gritó al verme.
De la emoción se me cayeron las partituras de las canciones en latín que me había dado el profesor Arias para cantar en la iglesia, mas no hice ningún intento por recogerlas. Me quedé como una estatua de sal, lelo, ido, ensimismado.
--¿Cuándo los van a presentar en la televisión? –me preguntó, sacando su cuello de jirafa por entre los barrotes de la ventana.
--Dentro de un mes. Eso fue lo que nos dijo el profesor Arias –le respondí. Levanté las hojas del piso y seguí mirándola.
--Yo no sé qué voy a hacer cuando empiece el invierno –dijo como ánima sola en desolado templo. Eso fue lo que verdaderamente me hizo daño, que me hablara de su soledad.
--¡Cómprese un paraguas! –le dije para animarla.
--¿Por qué no sube y me arregla el calentador? –me pidió.
Era un domingo tan lleno de sol por todos lados que daban ganas que toda la vida fuera como el domingo.
--Más tarde vengo. Mi hermano me invitó al Hipódromo –le dije.
Después del almuerzo acompañé a mi hermano deseando que cayera una lluvia torrencial y la pista se enlodara para que los caballos no pudieran correr y todos los apostadores se quedaran con los crespos hechos; nada de eso sucedió. Mi hermano terminó de vender las boletas de la última carrera y nos devolvimos para la casa.
Al anochecer regresé donde Mariam provisto de una llave inglesa y un destornillador. Mi fama de electricista empírico se había extendido por el barrio como un reguero de pólvora. Las señoras de la vecindad vivían solicitando mis servicios a cambio de unos pesos que me servían para comprarle la comida a mi perrita Crispeta. Mariám bajó a abrirme la puerta y subimos, ella delante de mí envuelta en una levantadora de seda negra y meneando el trasero de la manera más escandalosa, y yo agarrado del pasamanos para no rodar por la escalera. La detallé: no tenía más de treinta años. Sus modales eran finos y agradable su conversación. Tenía el cabello rubio, largo, el cuerpo esbelto, los ojos de avellana, el rostro bronceado por el sol. Le pregunté si conocía el mar.
--La semana pasada estuve en Santa Marta –dijo, para hacerme saber que se podía dar los lujos que quisiera.
--Haroldo prometió llevarme a conocer el mar si ganaba el año, pero estoy seguro que ni ganando el año me va a llevar porque está pagando las cuotas de un vestido que compró para ir los domingos a visitar a su novia –le dije.
El apartamento era muy bonito, alfombrado de pared a pared, pintado de amarillo y arreglado con mucho esmero. Sobre la mesa del comedor había girasol. Una jaula con un canario colgaba en la terraza del lavadero. La máscara de “pechoelamina” colgaba de un clavo detrás de la puerta. Le pregunté por el calentador. Hizo un mohín con los labios y me señaló un cuarto oscuro detrás de la cocina. Revisé el taco de entrada, encendí y apagué las luces varias veces, revisé los cables. Conecté el calentador y funcionó correctamente. Para cerciorarme que todo estaba en perfectas condiciones repetí varias veces la misma operación.
--Había un cable mal conectado, pero ya quedó listo –le dije.
Quiso pagarme con un billete de cien pesos que yo nunca había tenido en mis bolsillos, pero preferí pedirle un café. Puso la cafetera en la estufa.
--¡Okey! –dijo. No sabía cómo decirle, pero, ¿qué iba a pasar si llegaba su marido y me encontraba en su apartamento hablando con su mujer como Jesús en el templo?
--Juan Manuel; no mata ni una mosca –dijo con desdén.
Ya para entonces era como si fuéramos amigos de tiempo atrás y charlábamos tan cerca el uno del otro que yo podía sentir que los pálpitos de su corazón querían salírsele del pecho.
--¿Cómo te llamas?
--Alejandro, pero me dicen Alexandro.
--Bonito nombre para un chico.
--El tuyo es más lindo: “Mariam”. La boca se le llena a uno de miel y nieve.
--¿Tienes novia? –me preguntó sonriendo.
--No tengo novia. Las mujeres son muy locas...
El aire olía a perfume. Por la calle bajaba un bus. En la casa siguiente regañaban a una niña. Unos muchachos pasaron cantando una canción de amor. Después todo quedó en silencio y tuve la impresión que la gente había abandonado la ciudad y nos habían dejado solos, completamente solos. Me asomé a la ventana buscando por dónde escapar. Y sin embargo, ninguno de los dos hacía nada por partir, lejos de los espejos, de las soledades y los tormentos.
La cafetera comenzó a silbar. Mariám fue a la cocina y regresó con dos pocillos de café y unas tostadas embadurnadas de mantequilla.
--Va a comenzar a llover con el tamaño de un miedo y muchas furias –le dije.
Se levantó a ponerle la caperuza de tela a la jaula de los canarios, apagó las luces de la cocina y también las del comedor; únicamente dejó encendida la luz de su nochero. Cuando Mariám volvió a sentarse a mi lado me di cuenta que todo a mi alrededor era amarillo, salvo ella que estaba vestida de negro de la cabeza a los pies. Me gustaba mirarla porque formaba parte del paisaje de esa calle que no era mi calle sino todas las calles del mundo. Ella estaría por siempre en mirando por la ventana tan sólo para que yo la mirara.
Como yo no quería poner en aprietos a Mariam cuando llegara Juan Manuel ni tampoco preocupar a mi hermano por la demora en volver a La Casa, le dije que me iba antes que empezara a llover.
--Ya deben estar preocupados por mi demora en volver a casa.-- Quédate otro ratico y jugamos dominó. Juan Manuel está en un campeonato de lucha libre en Medellín y no volverá sino hasta que pierda el alma --dijo tendida boca abajo sobre su lecho de pieles.
--Si tú lo dices…
Yo prefería la contemplación al goce, pero ella me abrazó contra su pecho como si yo fuese su hijo. Olía delicioso. Lo mismo su pelo, su cuello, el nacimiento de los senos, las axilas, la pradera de su sexo, toda ella. Y cuando la tuve desnuda sobre su lecho de pieles más parecía una rosa que una muchacha.
Cuando las gotas de lluvia comenzaron a golpear en la ventana anunciando la llegada del invierno, nos asomamos a mirar cómo se iban formando los ríos que más tarde llegarían al mar. El mar quedaba muy lejos, a la orilla del trópico, en la mitad del mundo. Los hombres construían enormes barcos para cruzar el mar, pero siempre llegaban al mismo puerto. El puerto era el amor. Mariam era un puerto abierto al amor y yo un barco cargado de deseos. Tomé su cuerpo entre mis manos y navegué sobre sus olas, una y otra vez, no queriendo llegar jamás a mi destino.
--Es tan difícil entender todas las cosas que hizo Dios –reflexioné.
--La felicidad dura todo el tiempo que uno quiera –me respondió.
Me vestí lleno de dicha, casi cantando. Y cuando me despedí volví a besar los labios de su sexo como si fueran los pétalos de una rosa.
--No olvides llamarme cuando se te dañe el calentador –le recomendé.
La calle era un río de orilla a orilla, pero haciendo piruetas en medio de la oscuridad, atravesé la corriente. Tan pronto estuve en la acera opuesta, Mariam asomó la cabeza por entre los barrotes de su jaula y dejó oír su grito herido en todo el barrio:
--¡Adiós, lindo!
Ni al día siguiente ni durante el tiempo que duró el invierno volví a verla asomada en la ventana. Estuve triste una semana, no volví a pasar por su calle, pero tan pronto los días volvieron a ser luminosos y alegres, subí a llevarle la noticia de que nos íbamos a presentar en la televisión.
--Ella ya no vive aquí –me dijo Juan Manuel alistando sus trajes de luchador; se iba al día siguiente a un campeonato de lucha libre en Cali.
--¿Por qué se fue? --le pregunté intrigado, mirando hacia el fondo de la habitación vacía, quiero decir sin Mariám.
--Amaba tanto la lluvia que se fue con ella –dijo con un dejo de resignación.
Le pedí un autógrafo y salí.
Desde entonces esa calle fue mía y el recuerdo de Mariam también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tus comentarios y haz parte de Reseñas Literarias.