jueves




DEL TALLER DE ESCRITURA CREATIVA A UN VIAJE SIN REGRESO.
Por Johanna Marcela Rozo Enciso

mujerdeniebla29@hotmail.com
www.lenguajedemujer.blogspot.com


Después de casi 10 años de estar realizando talleres de escritura creativa, y habiendo encontrado escritores de todas las índoles: los que dicen que son y no lo son, los que lo son pero no reconocen la disciplina como parte de la profesión, los que definitivamente por más ejercicios y lecturas no han logrado escribir una buena línea, en fin, toda una gama de personas, jóvenes y adultos con alguna inquietud por la escritura. Sin embargo, me sigo interrogando sobre si, además de los encuentros amistosos, del tiempo compartido gracias a la literatura y si de la escritura como catarsis o exorcismo, los talleres sirven para formar escritores, o como diría el escritor Milciades Arévalo, quien en muchas ocasiones me ha repetido que la escritura no está en un taller, que es más bien una postura de vida, de conocimiento, es aventurarse a conquistar todo este ancho mundo para conocer la humanidad en todas sus manifestaciones y también para un autoconocimiento.

Y precisamente esas palabras me cuestionan sobre la exploración humana y creativa del taller, que debo decir que con mucho esfuerzo y paciencia he logrado mantener. Pero acepto que es una posición algo repetida, que sería lo mismo que interrogarse por el quehacer artístico desde la ya trillada frase: “el artista nace o se hace”.

Sin embargo, el tema no deja de preocuparme ante el auge que en los últimos años han tenido los talleres de escritura creativa, como un reconocimiento a la labor de muchas personas que han dedicado su tiempo y esfuerzo a la formación en escritores, muchas veces sin el apoyo de las administraciones de la cultura en las ciudades y los municipios, sin espacios para reunirse, porque museos, casas de cultura, aulas universitarias e incluso bibliotecas no le dan mucha credibilidad al proceso, a menos claro, que llegue la visita de un escritor reconocido con el que puedan pavonearse.

Ese es otro tema que aún no termina de discutirse. Cuando alguien dice que se dedica a formar escritores, las miradas de desconcierto no se hacen esperar, como si este trabajo, pago o no, fuera una extrañeza, como si no fuera posible impartir cátedras sobre la creación, la creación literaria. Además, para esta inmensa minoría dedicada a enseñar el oficio,  las cosas nunca son fáciles (como nunca lo fueron antes); espacios para escritores emergentes no existen en los municipios, mucho menos esperar que exista un apoyo económico para publicaciones o concursos que estimulen a los participantes. Y a decir verdad, los institutos de cultura insisten en creer que el ser formador de escritura es un hobbi y que ser escritor local no es una profesión real, para obtener tal credibilidad debemos esperar a ganarnos un premio nacional por lo menos y que las grandes editoriales se interesen por lo que tenemos que contar, temas muy lejanos a los que venden hoy.

No puedo desconocer que he tenido momentos muy gratos. Desde que me embarqué en esta aventura literaria, son muchas las personas que, con sus felicitaciones y agradecimientos, han mantenido mi espíritu en alto para seguir enseñando y buscando cada día nuevos espacios, pero he de reconocer también que está labor me ha arrancando grandes suspiros y, por qué no decirlo, lágrimas, porque esta sigue siendo una profesión de perder.

¿Será, entonces, que voy por buen camino o estoy malgastando el tiempo; será que el escritor debe salir de las paredes del taller y sus discusiones literarias, y correr al puerto más cercano y zarpar a un mundo desconocido para soñar, para aprender, para vivir?…

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